Este verano que recién está abandonando el hemisferio, me tuvo mucho tiempo a título de afortunado observador , descansando y disfrutando en la ribera norte del Río Negro- Uruguay- allí donde hace frontera entre los departamentos de Durazno y Tacuarembó, en un paisaje majestuosamente dominado por el Puente Centenario que desde 1930, cruza dicho río.
Recibe al viajero, en su cabecera norte un formidable y enorme toro negro que brinda bienvenida a la pequeña , orgullosa y coqueta ciudad de Paso de los Toros, cuna del agua tónica que lleva su nombre, antigua Villa de Santa Isabel, y trae y lleva memorias de viejas leyendas de los tiempos en que el puente no existía y el paso del río era en sí mismo un accidente y un obstáculo a respetar cuando de cruzarlo, personas o bienes concernían.
Los caprichos de madre naturaleza, hizo propio el lugar para vadearlo , con bajo riesgo en pérdidas de reses en en épocas determinadas. Se estableció entonces por allí "la picada" , punto accesible para cruzar los ganados, que en inmensas "tropas" eran trasladados por arreo a Montevideo, para abastecer la ciudad y la incipiente industrialización.
También por allí , por donde aún permanecen añosos y altivos ombúes, fueron estableciéndose servicios propios a los viajeros a cualquier título, que tantas veces habrán debido esperar días y aún semanas hasta que "la picada" , escurrida las aguas del rio, diera paso a hombres y animales. También debajo de esos ombúes, es historia oral y orgullo local, que a su sombra descansaban y ofrecían sus servicios, los "baqueanos", especies de pràcticos del río, que a un elevado riesgo , se lanzaban en sus caballos al río empujando el ganado arisco y temeroso. De ahí que a veces a los que allí han nacido, es mi caso, nos gusta creer que somos descendientes de una estirpe de hombres especiales a quienes llamaban por entonces: los hombres toros.
También por allí , por donde aún permanecen añosos y altivos ombúes, fueron estableciéndose servicios propios a los viajeros a cualquier título, que tantas veces habrán debido esperar días y aún semanas hasta que "la picada" , escurrida las aguas del rio, diera paso a hombres y animales. También debajo de esos ombúes, es historia oral y orgullo local, que a su sombra descansaban y ofrecían sus servicios, los "baqueanos", especies de pràcticos del río, que a un elevado riesgo , se lanzaban en sus caballos al río empujando el ganado arisco y temeroso. De ahí que a veces a los que allí han nacido, es mi caso, nos gusta creer que somos descendientes de una estirpe de hombres especiales a quienes llamaban por entonces: los hombres toros.
Sentado un día y otro en las orillas del río , en un horizonte totalmente dominado por el puente, en términos colosales desde la perspectiva , caí en la cuenta, que ese viejo puente, tantas veces contemplado, tantas veces utilizado,había estado casi que ausente, ignorado desde la idea de ser no más que eso, una inmensa mole de cemento funcional a una necesidad . Y entonces empecé a ver algo más.
Quizá, o sin quizá, por aquello de simbólico que el concepto puente atravesando la diversidad cultural, connota y toma desde su misma función social. La idea de paso, de cruce, de unir , opuestos y contrarios.
Está ahí presente como un posible paso de tránsito entre este y otro mundo, entre la vida terrena y alguna otra a cualquier modo, que espere en otra orilla que nos libre de la angustia de la nada última.
Quizá, o sin quizá, por aquello de simbólico que el concepto puente atravesando la diversidad cultural, connota y toma desde su misma función social. La idea de paso, de cruce, de unir , opuestos y contrarios.
Está ahí presente como un posible paso de tránsito entre este y otro mundo, entre la vida terrena y alguna otra a cualquier modo, que espere en otra orilla que nos libre de la angustia de la nada última.
Muchas veces nos ocurre eso, de mirar sin ver. Hermosos lugares tan bien relatados. Un abrazo desde el otro lado del puente.
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