Días atrás , la tarde del cielo montevideano de domingo, azul y brillante, se llenó de aviones. Por fortuna, si bien eran todos ellos, máquinas de volar pensadas y construidas para la guerra, atravesaban en estas circunstacias el cielo haciendo figuras de un lado a otro, en son de paz. Se festejaba el Día de la Fuerza Aérea Uruguaya.
Eran multicolores, multinacionales y por tanto supongo multiculturales. Debajo, contra el Plata, ancho río como mar, miles de personas de todas las edades,forzaban sus cervícales mirando el cielo, y en este hoy, donde el capturar la imágen, superpone y antepone el tiempo de fotografiar a cualquier otro tiempo, con cámaras cada día más independientes - es decir en lenguaje de manual de usuario -, más automáticas, es decir, cada vez más independientes de todo acto cognitivo , emocional y creativo de su portador, por supuesto entonces que la metralla que no llegó del cielo, llegó de la tierra, en secuencias de ráfagas ininterrumpidas de fotografías ,vida fugaz , un estuve allí, mostrar lo ya mostrado otras una y mil veces, en fin, para los archivos, para ser olvidadas, para vaya a saber que cosas, porque, amante de la fotografía al fin, como lo soy desde los años heróicos de las películas de nitrato de plata y etcs. , se que al igual que casi todas las cosas de nuestro mundo simbólico, o sea del ser , lo mucho, se acerca siempre a lo demasiado, y este demasiado se construye y transforma casi que magicamente, casi siempre en nada.
Lo que quería compartir, socializar con ustedes, como es hoy de buen decir , por supuesto que con mi cámara fotográfica a cuestas, subí la alta azotea del edificio en el cual vivo, y maravillado, por ese paisaje espléndido de sol, de cielo azul y aire suave cargado de olores del mar cercano, pronto aquellos avioncitos pequeños en el cielo, intrépidos subiendo y subiendo buscando el cielo profundo, me trajeron, a mi que poco o nada me cuesta dar con mi pensamiento inopinadas vueltas de carnero , empecé a discurrir y casi que realmente pude ver en aquel paisaje otra vez a Icaro , a Dédalos su padre , buscando escapar no tan solo del aterrador Minotauro, al fin de cuentas criatura inocente, sinó de su carcelero.
Pensé y pido modesto crédito en cuanto a darles seguridad de no estar plantéandome interrogantes obvias e ingenuas, inútiles, ignorantes y ajenas al contexto de una realidad cotidiana, que basta solamente con los titulares de los medios para que nos atropelle con todo el bestiario que acompaña la guerra y sus actuales perversos eufemismo que intentan banalizar la muerte y la destrucción :
¿ porqué aceptamos con tanta naturalidad todos estos acrobáticos aprontes, no precisamente lúdicos o circenses, necesariamente aprontes de guerra?
¿Porqué los humanos aceptamos como natural que las armas, de antiguo herramientas de caza, sean letales y eficientes instrumentos de muerte a nuestros congéneres?
En concreto: ¿porqué tanta gente desde apariencias normalmente buenas, miran extasiada un cielo poblado de instrumentos , que aunque mudos hoy y aquí, no tan lejos de nosotros, en el tiempo y en el espacio, son idénticos a los que obligan a otras gentes a aprender el nuevo saber: mirando el cielo e identificando a tiempo los sonidos lograr cierta certeza de donde caerán las bombas arrojadas desde uno de estos vehículos de volar inventados por el hombre, y eso significa simplemente la diferencia entre la vida y la muerte.
¿Desde que extraña fascinación atrapa esta estética tecnológica de la muerte?
¿Cuáles son los laberintos en los que se desorienta y pierde la especie?
¿Cuáles son los minotauros que allí en amenaza se cobijan y los defienden?
¿Cuáles son los laberintos en los que se desorienta y pierde la especie?
¿Cuáles son los minotauros que allí en amenaza se cobijan y los defienden?