En estos tiempos diarios que se movilizan a puro movimiento de pelota, en cuyo interior escondidos y alertas, alientan tantos intereses, se mueven tantas influencias y al decir foucaultiano : "el poder no se tiene, se ejerce", se hace y lo hacen con un desparpajo sin límites, comparto buenas aproximaciones a este tema del cual felizmente los intelectuales comienzan a tomar en cuenta, desde que advierten que no todo se juega en los perímetros de juego y menos que menos en el alma de los atletas . Quedan invitados a la pluma de Amir Hamed, intelectual uruguayo, de nombre y apellidos exóticos a naciones tupi-guaraníes que vagaron por estas tierras buscando la ausencia de todo mal, confirmando y dando fé al momento de su inscripción de nacimiento en el registro uruguayo, al pensar brillante del antropólogo brasileño Darcí Ribeiro al clasificarnos como "pueblos trasplantados".
DE CIERTA INOCENCIA ANIMAL
El alma del footballer
Amir Hamed *
1. Deporte.
Cómo escribir sobre deporte. Es decir,
¿cómo escribir seriamente sobre deporte? Los ingleses y los alemanes, desde el
siglo XIX, lo fueron imponiendo unos, haciéndolo parte de la educación del
ciudadano, del bildung, exportándolo los otros a las colonias, hasta que se fue
convirtiendo, y se ha convertido, en una de las mayores industrias planetarias.
Si bien sus disciplinas, ciertamente, cuentan miles de millones de adeptos,
curiosamente, sigue sin contar el deporte con una literatura, es decir, una literatura
digna, ajena al folletín, el panfleto o la propaganda, que logre asimilarlo,
metabolizarlo, digerirlo. Cierto, algunos podrían decir que el deporte y la
literatura de Occidente han nacido juntos, ya que bastaría recordar los juegos
fúnebres en honor de Patroclo, en los que Homero pone piedra de toque para las
olimpíadas. También habría que citar, a Píndaro y sus odas, que cantarán, algo
más tarde, hinchadas, retumbantes, algo cansinas, a través de una musa
olimpista, “Si celebrar la victoria es tu intento/ a la lid olímpica lleva tu
lira”, avisa Píndaro, quien acto seguido, pasa a amontonar equivalencias entre
el brillo del sol y los vencedores. Sin embargo, salvo excepciones, este
desplazamiento de la gloria bélica por la deportiva ha tenido, a lo largo de
los últimos dos milenios y medio, escasos cultores dignos. A fin de cuentas, ya
los mismos griegos sabían que la victoria, en rigor, acarrea un estribillo de
mal gusto, y salvo el oportunismo pindárico, poco hay de digno en celebrar al
victorioso. La gloria de Aquiles, sin ir más lejos, es la de no haber podido
tomar Ilión, emprendimiento subrepticio comandado por Odiseo, un tramposo
condenado a ser Nadie y a perder, para siempre, el hogar.
Interruptor, como se sabe, se ha
manifestado espontáneo y monolítico (ver aquí, aquí, y aquí) por la grandeza de
la derrota, que es una derrota no deportiva (es decir, traslación de la guerra)
sino eminentemente bélica. Un sol que ciega cenital solo ciega, pero revela sus
matices al ocaso; Edipo se vuelve interesante cuando, pasada la primera
fanfarria tras vencer a la Esfinge, su soberbia de sabihondo curalotodo lo hace
aprender que, en rigor, él era la peste, el parricida, el incestuoso, el
hermano de sus hijos y, porque ahora puede ver, se arranca los ojos. Qué decir,
entonces, del deportista que, en buena medida, queda para siempre sacrificado
en el tris de la gloria, aunque condenado a no poder morir como Aquiles por
ella, a recordarla él mismo como a un metal oxidado, a irse divorciando,
paulatina, incansable, inexorablemente de ella, venido organismo lento y
decadente, una reliquia a la que es casi imposible seguir asignándole la gloria
del vencedor que alguna vez fuera. Se trata, por decirlo así, de un relato
adolescente, condenado a fracasar una vez que su versión cómica o feérica, la
victoria, deba ceder paso al continuo de la vida, del ocaso, del olvido.
Ahora bien, si vivimos en un mundo marcado
por el ideologema vencedor/derrotado que Estados Unidos ha exportado al
planeta, esto, en rigor, no es sino un tristísimo souvenir del capitalismo, que
nos hace entender que todo es competencia y que todo aquel que ande cerca de
nosotros es un adversario del que conviene deshacerse a codazos. No hay gloria;
apenas interés, y este el interés de una sociedad enconadamente puberal que,
como la estadounidense, en caso de nunca salir de su folletín darwiniano (en
que el imperativo deportivo del éxito se tramita en celebridades empresariales
y, por sobre todo de showbiz) corre riego de precipitarse a su sima de
trivialidad. Es precisamente Hollywood una cornucopia de filmes mediocres sobre
deporte, casi todos cantando pindáricos victorias insostenibles, a menudo de
colegiales.
Más aún, se puede entender que la inflación
deportiva actual ha superado el imperativo de la victoria y su concomitante
rechazo a la derrota, emplazando en su lugar uno nuevo: la revancha. Este
partido (de béisbol o de básquetbol, de hockey o de fútbol) tendrá
inmediatamente revancha (esto es el régimen en el básquetbol, de play off), y
este torneo que recién termina ya está abriendo camino para uno nuevo. Más que
deporte, parece una interminable kermesse en la que, fatalmente, a todos les
tocará el turno de ganar, siempre que sigan compitiendo (o conectados a la
competencia). ¿Habrá, en algún momento, una gran literatura de las revanchas?
Hasta ahora lo que había era la revancha en su variante mediterránea, sea la tragedia griega a la
Esquilo, sea su modalidad siciliana, la vendetta, enaltecida en los Padrinos de
Francis Ford Coppola, cima de ese arte, más conjetural que séptimo, el cine.
Tal vez haya que rebuscar en literatura de tómbola y piñatas, si es que la hay,
para encontrar discurso que acomode a esta modalidad del deporte.
2. Pelotas.
Ahora bien, una cosa es el deporte, y otra
el juego, y en el deporte, para que haya juego, hace falta una pelota. Un
decatlonista, una boxeadora, un lanzador de jabalina, un equipo de posta con
relevos, un taekwondista, un equipo de nado sincronizado compiten, pero no
juegan. La pelota, heráldica de lo deseado, reconvierte la competencia en ludo,
pero sobre todo, recupera la dimensión estrictamente animal del juego, que
también es la dimensión sacrificial del juego. No es lo mismo una pelota de
cuero, difícil de transportar, pesada, fatalmente grávida, como la que pateaban
en Europa en la Edad Media, que esa otra de caucho con la que, por miles de
años, se jugó (y ahora se vuelve a jugar) en América. Esa pelota no solo es una
suerte de hegeliano objeto del deseo que se empuja o escamotea; porque rebota,
porque salta y casi vuela, es un momentáneo conector entre mundos, o entre
cielos, o estadios del cielo (entre los mayos, el infierno es el primer cielo).
De este juego sacrificial y cosmogónico da
cuenta el Popol Vuh, maravilloso compendio de mitos quiché tamizados por la
Iglesia. Sabe el juego que nadie, ni el vencedor ni el vencido, es capaz de
sobrevivirlo, porque en el juego mismo está el sacrificio, el servicio a los
soles exigentes. Los hermanos pelotaris del Popol Vuh, Ixbalanqué y Hunapú, se
sacrifican, y los señores de Xibalbá, sus oponentes, también se sacrifican, del
mismo modo que, según la ocasión, y según se entiende, en algunos casos no eran
los vencidos los inmolados, sino los vencedores.
¿Debería extrañar? Probablemente no. En el
rebotón juego somos una fisiología que se acomoda a los ángulos, efectos,
antojos de la pelota. Hegelianamente, un sentimiento animal que es aquello
mismo que en ese momento está deseando, es decir, somos la pelota. Como la foca
la sostiene en el hocico lo es, como el gato que salta hacia ella lo es, como
el perro que la muerde o el elefante que la prensa con la trompa lo son, es que
somos la pelota. César Vallejo, como ninguno, pudo decirlo en la prosa de
Contra el secreto profesional y en los versos de sus Poemas póstumos: al
tenista, en el momento en que “lanza magistralmente su bala/, le posee una
inocencia totalmente animal”. Esto, por supuesto, vale para cualquier pelotari,
sea un basquetbolista, un rugbier, una futbolista o handballer, y también
cualquiera de esos malabaristas del pie que dedican sus horas a dominar la
antojadiza cosa esférica.
Pero también, en el rebote de pelota,
comparece la unción cosmogónica, que asimismo percibe Vallejo cuando compara al
tenista con el filósofo que “sorprende una nueva verdad” y deviene entonces
“una bestia completa”. Porque la pelota nos devuelve a la bestia antropogénica
y antropófora que somos es que podemos llegar a saber algo, y he ahí, y tal vez
no más allá, todo lo que el lenguaje pueda decir, de veras, sobre el juego de
pelota. En ese juego se advierte nuestro devenir animal, y tal vez la pasión
que despierta el fútbol esté en su lección mayúscula. La pelota no es algo para
guardar sino para despedir, para alejar de nosotros, para convertirnos
alternativamente en la bestia que juega (hegeliano sentimiento de sí) y la que
piensa (hegeliana conciencia de sí). Ni siquiera el golero puede retenerla, más
que por un tris. Es preciso despedirla con el pie, como los pelotaris
mesoamericanos la despedían con piernas y cadera (el sentimiento religioso,
dice el poema de Vallejo, citando a Anatole France, es función de un órgano del
cuerpo humano; ¿será la pelota ese órgano?). La pelota, para decirlo de otro
modo, nos hace y nos deshace. Tal vez por eso sea tan difícil escribir (bien)
sobre deporte y más aún sobre fútbol: porque sabemos jugarlo y entenderlo,
sobre todo, cuando dejamos de ser hombres y mujeres. Una vez ingresados al
campo de juego, el logos se desvanece y todo lo que sabíamos de anatomía,
fisiología o de hombredad (para usar un término de Vallejo) debe quedar atrás,
porque esa recién adquirida inocencia nos obliga a nuevas verdades, como el
dicho que manejaban, en días de Ghiggia, Gambetta y Schiaffino, y también en
décadas subsiguientes, ciertos footballers uruguayos convencidos de que, “de la
tetilla para abajo, es todo canilla”.
En este punto, casi todo lo que sabemos se
ha desvanecido, empezando por el dualismo cartesiano (como bien advierte
Vallejo). Así, cuando se dice, por ejemplo, que un jugador o un equipo dejó el
alma en la cancha no se dice sino tautología: al entrar a la cancha ya se ha
dejado el alma atrás. Cuanto menos alma, y menos literatura, más juego, o más
fútbol, como advertían en su sketch los Monthy Pyton. Es que, si hay alma en
juego, se trata de un alma otra, estrictamente animal, sentimiento de sí
refractario al logos. Algo de eso, se vislumbra, quería decir aquel alguna vez
mediocre jugador -en los días de Gambetta y Schiaffino-, Dalton Rosas Riolfo, quien
estiró como periodista deportivo su pasión pelotari. Por medio siglo, y en su
audición del mediodía, repetía Dalton incansable que “la rodilla es el alma del
futbolista”.
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*
Amir Hamed
Narrador,
ensayista, traductor, editor, webmaster.
Grado académico:
PhD.
Literatura iberoamericana (área principal), Teoría (área
secundaria). Northwestern University.
Otros
títulos: Master of
Arts. Northwestern University
Licenciado en Letras. Facultad de Humanidades, UDELAR.
Licenciado en Letras. Facultad de Humanidades, UDELAR.
Publicaciones
Estudio: Orientales: Uruguay a través de su poesía (1996, 2010)Ensayo: Retroescritura (1999), Mal y neomal. Rudimentos de Geoidiocia (2007), Ganas y letras (inédito)
Estudio: Orientales: Uruguay a través de su poesía (1996, 2010)Ensayo: Retroescritura (1999), Mal y neomal. Rudimentos de Geoidiocia (2007), Ganas y letras (inédito)
En colaboración:
Porno y posporno (2009)
Traducción
Dos nobles de la misma sangre (2001, Editorial Norma,
primera traducción al castellano de
The Two Noble Kinsmen,
de William Shakespeare & John Fletcher). Nueva edición:
2012, Random House Mondadori.
Narrativa
Qué nos ponemos esta noche (1991, Premio Letras de Oro, 1990)Artigas Blues Band (1994, 2004)
Troya Blanda (1996)
Semidiós (2001)
Buenas noches, América (2003)
Cielo ½ (2013)
Qué nos ponemos esta noche (1991, Premio Letras de Oro, 1990)Artigas Blues Band (1994, 2004)
Troya Blanda (1996)
Semidiós (2001)
Buenas noches, América (2003)
Cielo ½ (2013)
Antologías
Las antologías
iberoamericanas de narrativa Líneas aéreas (1999)
y Pequeñas resistencias (2006), incluyen relatos de su
autoría.
Edición
Desde 1996 trabajó
en La Guía del Mundo: el mundo visto desde el sur,
de la cual fue Redactor Jefe desde 2000 hasta 2012.
Desde 2008 hasta 2012 fue editor de Social Watch.
Desde 2008 hasta 2012 fue editor de Social Watch.
Periodismo
Desde
1985 a la fecha ha sido colaborador, entre otras, de las
publicaciones: El popular, La República de Platón
(Diario La República), Brecha, El
Observador, Posdata, La diaria, Tiempo
de crítica (revista Caras y Caretas).
A partir de 2012 es columnista de libros en el programa
Tormenta de cerebros de Radio Uruguay.
Gestión cultural
Ideólogo y gestor de las
Veladas Beatnik, Rock & Reading
octubre y noviembre de 2010; noviembre de 2011;
noviembre de 2012.
Docencia
Ha sido
docente en Northwestern University, Chicago, Ill, EEUU, en
la Facultad de Humanidades (Udelar) y en la Universidad
Católica de Montevideo, Uruguay. Actualmente, es docente en
la Facultad de
Comunicaciones de Universidad ORT,
Montevideo, Uruguay.
Otros
Ha
dado charlas y conferencias, y también realizado lecturas,
en diversas instituciones y universidades de Uruguay,
Argentina, España, Paraguay, Líbano y Estados Unidos.
Premios
En 1990
ganó el premio Letras de Oro, instituido por la Universidad
de Miami, por Qué nos ponemos esta noche. En 2011 el
libro Porno y posporno, del cual es coautor, recibió
el premio de ensayo del Ministerio de Ecuación y Cultura.
Tomado de : interruptor_El alma del footballer
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