El hombre enfrentado al mundo que lo rodea
πάντων χρημάτων μέτρον ἔστὶν ἄνθρωπος, τῶν δὲ μὲν οντῶν ὡς ἔστιν, τῶν δὲ οὐκ ὄντων ὠς οὐκ ἔστιν
Homo omnium rerum mensura est
«El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que
son, de las que no son en cuanto que no son».
Protágoras
Circa 84 ª Olimpiada.Edad adulta- ¿444 a 441…? a. C
La condición posthumana. Artículo de Alvaro Buela. País Cultural. Montevideo. |
"Aunque ya son moneda corriente y han perdido parte de su impacto, las
noticias sobre innovaciones tecnológicas han desbordado la imaginación
del más febril de los escritores de ciencia ficción. Hace algunas
semanas trascendió que en la Universidad de Tokio han desarrollado un
robot controlado por insectos, que una compañía inglesa había creado un
"hombre biónico" 70% humano con órganos artificiales y sangre sintética,
y que la Marina de Estados Unidos se encontraba abocada a la creación
de un aparato con sentido del olfato. Unos días antes se supo de un
proyecto para reconstruir el genoma de un Neanderthal, y también que en
la Universidad de Cambridge se estaba trabajando sobre protocolos
matemáticos que hicieran posible la teletransportación. Todo esto
ocurrió en menos de un mes, a principios de 2013, y representan apenas
una mínima muestra de los alcances actuales en los campos de la
biotecnología y la tecnociencia.
No hace falta ser filósofo para caer en la cuenta de que esas
transformaciones han socavado las bases de conceptos históricamente
absolutos e inamovibles, como "naturaleza" o "ser humano", y de que
hemos ingresado en una era donde la ambición y el poder de la tecnología
han trascendido el deseo de conocimiento de esos conceptos para
intentar además su manipulación. Según preanunció Jeremy Rifkin en El
siglo de la biotecnología(1998):
"Las revoluciones en genética e informática están llegando juntas como una verdadera falange científica, tecnológica y comercial, una poderosa nueva realidad que tendrá profundo impacto en nuestras vidas en las próximas décadas". Ya inmersos en esa "nueva realidad" a velocidad de vértigo, cuando el razonamiento analógico ha sido desplazado por el ser digital y el genoma de cualquier ser vivo puede clonarse o modificarse, corresponde preguntarnos qué es, hoy, "lo natural"; qué es "ser humanos".
"Las revoluciones en genética e informática están llegando juntas como una verdadera falange científica, tecnológica y comercial, una poderosa nueva realidad que tendrá profundo impacto en nuestras vidas en las próximas décadas". Ya inmersos en esa "nueva realidad" a velocidad de vértigo, cuando el razonamiento analógico ha sido desplazado por el ser digital y el genoma de cualquier ser vivo puede clonarse o modificarse, corresponde preguntarnos qué es, hoy, "lo natural"; qué es "ser humanos".
FAUSTO Y PROMETEO
De allí partió la académica argentina Paula Sibilia para su
investigación de El hombre postorgánico (original de 2005; revisada en
esta edición de 2010). Pero no se limitó al estudio de las vicisitudes
de la tecnología y su influencia sobre el individuo contemporáneo, sino
que emprendió un rastreo histórico de las transformaciones operadas
sobre el sujeto a partir del desarrollo de la ciencia y el biopoder,
término foucaultiano que alude a las políticas de las sociedades
industriales destinadas al disciplinamiento de los cuerpos con el fin de
volverlos funcionales a los intereses del capital. Como apunta Sibilia,
sin embargo, el poder del Estado analizado por Foucault ha sufrido una
mutación desde el momento en que la propia noción de Estado se ha
debilitado frente a los poderes de la burocracia transnacional: "En los
distintos ámbitos de la sociedad contemporánea(…) los sujetos se definen
menos en función del Estado nacional como territorio geopolítico en el
cual nacieron o residen, y más en virtud de sus relaciones con las
corporaciones del mercado global." (p. 30)
Es entonces que se vuelve pertinente el planteo de Gilles Deleuze sobre
la "sociedad de control", en la que ya no son necesarias las
instituciones disciplinarias para canalizar la energía productiva de los
individuos: el eterno endeudamiento del individuo-consumidor será el
encargado de mantenerlo sujetado a una cadena virtual y omnisciente en
la que el control digital (tarjetas de crédito y débito, direcciones IP
de computadoras, teléfonos celulares, redes sociales) ha sustituido a
los antiguos muros de confinamiento. "Más allá de `virtualizar` los
cuerpos extendiendo su capacidad de acción por el espacio global, la
convergencia digital de todos los datos y tecnologías también amplía al
infinito las posibilidades de rastreo y colonización de las pequeñas
prácticas cotidianas", dice Sibilia (ps. 52-53). Ahí radica el inmenso
poder de la "sociedad de control": en la eliminación de los límites
materiales, espaciales y temporales; en la conquista de cada resquicio
de individualidad; en la construcción de un supra-orden que envuelve
todos los niveles del cuerpo social.
Además del decisivo papel del marketing, todas esas operaciones se
producen mediante la intervención de la tecnología, siempre dispuesta a
generar nuevas condiciones de "endeudamiento" y, actualmente, embarcada
en lo que Sibilia llama "el fáustico proyecto de la digitalización de lo
humano". Siguiendo al brasileño Hermínio Martins, para ilustrar dos
modelos de aproximación al conocimiento la autora contrapone el mito de
Prometeo (aquel titán griego que fue castigado por los dioses luego de
atreverse a entregar a los hombres el fuego, es decir, la técnica) con
el de Fausto, el ambicioso erudito germánico que pacta con el Diablo
para superar las limitaciones humanas. Mientras la ciencia tradicional
se basó en el impulso prometeico, la tecnociencia contemporánea -en su
"impulso ciego hacia el dominio y la apropiación de la naturaleza, tanto
exterior como interior al cuerpo humano"- estaría inspirada en el
modelo fáustico.
En esa perspectiva fáustica encajan, entre otros, los proyectos de
reconfiguración genética, de sortear la decadencia -e incluso la muerte-
de la materia, de eliminar lo imprevisible de las variables naturales y
de una "eugenesia a gusto del consumidor". Es en este último punto (la
producción del individuo-consumidor) donde confluyen la voracidad del
proyecto fáustico por dominar la naturaleza y la voracidad del
capitalismo postindustrial por la acumulación de riqueza. De ese
encuentro surge un poderoso vector económico, y también ideológico, que
busca y obtiene moldear nuevas subjetividades formateadas por "la lógica
del consumo, el imperativo de la conexión teleinformática permanente y
las tiránicas `maravillas del marketing` que rigen en el mundo
contemporáneo". Paralelamente, el desarrollo tecnológico permanece
cautivo de laboratorios privados que transforman todo en mercancía,
desde las fantasías de inmortalidad hasta el material genético humano.
PERSONAS MIDI
En su erudito compendio, Sibilia se desmarca notablemente de esa
subcategoría de novedades editoriales que abordan la influencia de la
cultura digital, donde se amontonan apocalípticos e integrados, gurúes
verdaderos y falsos, reticentes y apólogos. Dentro de esa vorágine, otro
título singular es No somos computadoras (título original: You`re Not a
Gadget), del diseñador y experto en informática Jaron Lanier (n. 1960).
Su propósito ya no es, como en Paula Sibilia, el cuestionamiento
epistemológico y filosófico de las transformaciones que la tecnociencia
está ejerciendo sobre la especie humana, pero sí una reflexión personal
acerca de cómo la conformación actual de Internet reduce a los usuarios a
la condición de aparato, de artículo, de "gadget". Con el subtítulo de
"Un manifiesto", el libro constituye un curioso ensayo, a medio camino
entre el rescate de la "tradición humanista dentro de la informática" y
la diatriba contra los hábitos adoptados por la comunidad virtual.
Uno de los inventores más importantes de la actualidad según la Enciclopedia Británica, precursor de la realidad virtual y miembro de la generación que planificó el desarrollo de Internet en la década de 1980, Lanier era la última persona de la que podía esperarse esta violenta oposición al entronizamiento de la informática y al abuso de la ingeniería de sistemas. Sin embargo, cual Dr. Frankenstein que reniega de su criatura, encuentra que la World Wide Web se ha alejado de los ideales originales de libertad operativa, creatividad, responsabilidad de los usuarios y democratización del conocimiento. En su lugar, la red ha ingresado en un contexto de brutal mercantilización en el que millones de cibernautas aceptan dócilmente adaptarse a modelos y perfiles predefinidos (por ejemplo, en Facebook), al tiempo que el amparo del anonimato ha eliminado la voz y el punto de vista individuales (en Wikipedia) y ha sacado a luz el costado vandálico y destructivo del troll.
"Si hemos llegado a esta situación es porque hace poco una subcultura de
tecnólogos se ha vuelto más influyente que las otras. La subcultura
triunfante no tiene un nombre oficial, pero en ocasiones me he referido a
sus miembros como `totalitarios cibernéticos` o `maoístas digitales`",
subraya Lanier (p. 32). Se refiere a una casta de programadores y
especialistas informáticos que han impuesto su propia ideología (la
"inteligencia artificial", el cerebro global de "la noosfera", los
negocios "long tail", etc.), eliminando de raíz todo cuanto se desmarque
del modelo digital dominante y forzando la realidad para que se inserte
dentro de un gran sistema de información. En esa dialéctica se erosiona
una cuota de la "vieja" humanidad al despojarla de individualidad y
libre albedrío, de conciencia y responsabilidad.
Dice Lanier: "Me temo que estamos empezando a diseñarnos a nosotros mismos para adecuarnos a nuestros modelos digitales, y me preocupa que en ese proceso se pierda empatía y humanidad" (p. 59).
Dice Lanier: "Me temo que estamos empezando a diseñarnos a nosotros mismos para adecuarnos a nuestros modelos digitales, y me preocupa que en ese proceso se pierda empatía y humanidad" (p. 59).
Pero el punto más alto de No somos computadoras -donde, por otra parte,
muchas afirmaciones carecen de asidero conceptual y referencial- no
radica en sus críticas a los ideólogos y usuarios de Internet, sino en
su análisis de la influencia de la tecnología digital en la música
popular. Músico él mismo, Lanier acierta en proponer que la última
revolución en el campo musical (el hip-hop) precede a la explosión
informática del siglo XXI y que la popularización del protocolo MIDI
(interfaz digital de instrumentos musicales), muy extendido entre
ingenieros de sonido, ha llevado a la estandarización y el
empobrecimiento creativo de la música. De nuevo, la tesis de Lanier
apunta a que los usuarios se han adecuado al sistema, en lugar de la
acción inversa, por lo que ese campo específico le sirve para
extrapolarlo a su preocupación básica: "la cuestión de si las personas
se están convirtiendo en una especie de notas MIDI: excesivamente
definidas y limitadas en la práctica a lo que se puede representar en un
ordenador." (p. 24).
LIBERTAD CONDICIONAL
Si la preocupación de Paula Sibilia era la configuración de lo
posthumano por obra de la confluencia entre la biotecnología y el
capitalismo post-industrial, y la de Jaron Lanier el formateo de los
individuos de acuerdo a códigos digitales que conducen a la
uniformización y el debilitamiento cultural, no menos atendibles
resultan los objetivos de Siva Vaidhyanathan en La googlización de todo
(y por qué deberíamos preocuparnos). Docente de Comunicación y Medios en
la Universidad de Virginia, Vaidhyanathan se concentra en un área aún
más específica -aunque no menos influyente- que los autores anteriores:
cómo la empresa Google está apoderándose del ecosistema global de
información, no sólo a través de su motor de búsqueda en Internet, sino
de sus demás servicios aledaños (Gmail, YouTube, Blogger, Google Maps,
Google Street View y Google Books, entre otros). A su manera, la visión
es complementaria de la "sociedad de control" y el tecnofundamentalismo
desarrollados por Sibilia y Lanier.
Vaidhyanathan, poseedor de una retórica apoyada en datos y en opinión
por partes iguales, comienza señalando que "Google es mucho más que la
compañía de Internet más interesante y exitosa de todos los tiempos.
Como cataloga nuestros juicios, opiniones y (sobre todo) deseos
individuales y colectivos, se ha convertido también en una de las
instituciones globales más importantes." (p. 20). A partir de ahí irá
exponiendo, capítulo a capítulo, la vertiginosa escalada que en poco más
de una década llevó a Google a posicionarse como el servicio de
búsqueda más utilizado en el mundo (65% según estudios recientes) y, por
eso mismo, a influir en el rediseño de toda la red, a personalizar cada
vez más el perfil de sus usuarios y a transformar esos perfiles en
venta de publicidad. Tal como afirmó Chris Anderson, director de la
revista Wired, "Google conquistó el mundo publicitario con sólo
matemáticas aplicadas. No pretendió saber nada de la cultura y
convenciones de la publicidad; sólo supuso que mejores datos, con
mejores herramientas analíticas, terminarían por imponerse. Y tenía
razón."
No obstante, la inquietud central de Vaidhyanathan no radica en la
construcción del imperio Google, ni en sus finanzas, ni siquiera en que
sus millones de usuarios sean un mero "producto" para la compañía.
Impulsado por una convicción explícitamente política, su argumentación
está relacionada con el obstáculo que supone el accionar de Google -su
secretismo, su control sobre el conocimiento universal, su forma de
administrar información personal y colectiva- para alcanzar lo que el
autor llama "una responsabilidad cívica global", un punto tratado en
términos similares en el libro de Lanier sobre Internet en su conjunto.
Justamente, Vaidhyanathan sugiere que Google se está convirtiendo en
sinónimo de Internet, lo cual supone otorgarle un poder desmesurado: "No
podemos confiar en que una compañía, y ni siquiera una docena de ellas,
harán [una transformación de lo doméstico y lo público] de manera
equitativa y justa. Google parece ofrecernos todo rápido, fácil y a bajo
costo. Pero nada realmente significativo es rápido, fácil ni barato."
(p. 21).
Al igual que Lanier, Vaidhyanathan resulta menos convincente al momento
de plantear alternativas que cuando expone la casuística. Así, dentro
del relato que él mismo elabora, su promulgación de "una esfera pública
global" y su llamado a "reimaginar lo que podemos hacer para preservar
la información de calidad y llevarla a todos" impresionan como una vaga
expresión de deseos, máxime cuando a lo largo de su exposición ha
comparado a Google con Julio César (p. 29), ha concedido que el método
de la compañía para generar y vender publicidad es "brillante" (p. 41),
ha constatado que la sociedad trasladó a la mercadotecnia la fe que
otrora tenía en la política (p. 53) y ha reconocido que Google logró
atraer a sus usuarios a la religión del tecnofundamentalismo, bajo el
lema de "que la aplicación constante de la información avanzada
-algoritmos, código de programación, redes de alta velocidad y
servidores potentísimos- resolverá muchos de los problemas de la
humanidad, si no es que todos." (p. 62).
Vaidhyanathan, en cambio, es bueno para explicar la ambigua política de
privacidad de Google y la imposición, por sistema, de opciones
predeterminadas cada vez más refinadas en su detección de intereses,
preferencias y hábitos del usuario, datos que la compañía pone a
disposición de terceros, sus verdaderos clientes y quienes le aportan
ingresos anuales de 50.000 millones de dólares. Si bien esas opciones
predeterminadas pueden ser alteradas mediante vías nada sencillas para
el promedio de los internautas, su modificación podrá perjudicar la
calidad de los servicios de Google. Al respecto, el autor afirma:
"Celebrar la libertad y autonomía del usuario es uno de los principales ardides retóricos de la economía global de la información. Se nos condiciona a creer que tener más opciones -por huecas que sean- es la esencia misma de la libertad humana. Pero la verdadera libertad implica un control efectivo sobre las condiciones propias. El mero ofrecimiento de un menú con opciones sólo sirve a los intereses de los más hábiles, experimentados y mejor informados." (p. 90).
"Celebrar la libertad y autonomía del usuario es uno de los principales ardides retóricos de la economía global de la información. Se nos condiciona a creer que tener más opciones -por huecas que sean- es la esencia misma de la libertad humana. Pero la verdadera libertad implica un control efectivo sobre las condiciones propias. El mero ofrecimiento de un menú con opciones sólo sirve a los intereses de los más hábiles, experimentados y mejor informados." (p. 90).
VÍAS DE ESCAPE
Por último, La googlización de todo se hace eco de los efectos nocivos
que la creciente personalización y localización de las búsquedas tienen
sobre el conocimiento y la diversidad. Al ajustar su algoritmo de
búsqueda para que los resultados se tornen progresivamente más
individualizados, Google está induciendo por vía de los hechos a una
confirmación de lo ya-sabido, de lo ya-visitado, de lo ya-visto
(patente, por ejemplo, en la última configuración de YouTube) en
detrimento de lo desconocido, lo no familiar, incluso lo incómodo, es
decir, de las premisas que hacen posible la generación de conocimiento.
"Lo problemático, peligroso o hasta interesante no es tanto la ubicuidad
de la marca de Google -advierte Vaidhyanathan-, sino el hecho de que
las opciones predeterminadas y formas de hacer las cosas de esta
organización propagan y estructuran modos de buscar, encontrar,
explorar, comprar y presentar que influyen (…) en los hábitos de
pensamiento y acción. Esas configuraciones predeterminadas, esas
insinuaciones, son expresiones de una ideología." (p. 107).
Esta última aseveración -que alude a un proyecto tautológico, circular-
es uno de los ítems que vincula los trabajos de Sibilia, Lanier y
Vaidhyanathan: la tecnología nunca es neutral, y su desarrollo y
aplicación implican una forma de concebir al mundo y al hombre, y
también de incidir sobre ellos. Según estos autores, la tecnociencia
"fáustica", el actual diseño de Internet, las redes sociales y los
servicios de Google, entre otros campos, estarían promoviendo un modelo
ahistórico del sujeto: un individuo-consumidor cooptado por la religión
del tecnofundamentalismo, reducido a una categoría de "gadget" digital y
condenado a adaptarse a opciones predeterminadas. Ante ese diagnóstico,
el viejo humanismo se muestra tan impotente y ciego como las políticas
asistencialistas de la izquierda. No obstante, como se sugiere en los
tres libros, el mundo digital engendra, por su propia condición, las
vías de fuga, los mecanismos de resistencia y las herramientas
necesarias para refundar una sociedad, un ser cívico y una moral para
tiempos posthumanos. A esas tareas, entre otras, deberá abocarse el real
progresismo político del futuro.
Bibliografía:
EL HOMBRE POSTORGÁNICO. CUERPO, SUBJETIVIDAD Y TECNOLOGÍAS DIGITALES, de Paula Sibilia. Fondo de Cultura Económica, 2010. Buenos Aires, 212 págs. Distribuye Gussi.
NO SOMOS COMPUTADORAS. UN MANIFIESTO, de Jaron Lanier. Debate, 2012. Buenos Aires, 256 págs. Distribuye Random House Mondadori.
LA GOOGLIZACIÓN DE TODO (Y POR QUÉ DEBERÍAMOS PREOCUPARNOS), de Siva Vaidhayanathan. Océano, 2012. México, 240 págs. Distribuye Océano.
Tomado del País Cultural. Montevideo.Uruguay.autor : Álvaro Buela
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